Desde que Aristóteles escribió sobre ello en su tratado “De Anima” (En castellano: “Acerca del alma”, escrito alrededor del 350 a.C.), el concepto de los 5 sentidos perduró a lo largo del tiempo como una verdad indiscutible. Dedica un capítulo para cada uno de ellos (vista, oído, olfato, gusto y tacto) en el libro II.
Sin embargo, al día de hoy, definir qué es (y que no es) un sentido puede resultar una tarea algo tediosa. Es simplemente imposible no abordar el tema en cuestión sin aproximaciones filosóficas y personales.
Podemos brindar una definición reducida acerca de los sentidos humanos: son formas únicas de recibir información sobre nuestro entorno y sobre nuestro cuerpo. Si optamos por esta definición, se puede hablar sobre unos cuantos sentidos más.
El verano o los cinco sentidos (1633, de Sebastian Stoskopff).
Los sentidos restantes
Termorrecepción (sentido del calor): es la capacidad que poseemos de percibir el calor, al igual que su ausencia (frío). Existe un debate en torno a la cantidad de sentidos que este representa: esto se debe a que los termorreceptores de la piel son completamente diferentes de los que se ocupan de regular la temperatura interna de nuestro cuerpo.
Nocicepción (sentido del dolor): es la capacidad que poseemos de percibir el dolor. Existen tres receptores del dolor: cutáneos, somáticos y viscerales.
Equilibriocepción (sentido del equilibrio): es la sensación del equilibrio. Son tres las cavidades semicirculares que contienen líquido en el oído interno (permiten la detección de los ejes del espacio: arriba-abajo, izquierda-derecha y adelante-atrás.).
Propiocepción (sentido kinestésico): es la capacidad que poseemos de percibir y conocer las diferentes partes del cuerpo.
Resulta algo básico reducir a 5 la lista de los sentidos que diariamente utilizamos, cuando sus mecanismos son sumamente complejos y funcionan de forma mixta. En definitiva, es necesario saber que nuestro cuerpo es capaz de mucho más de lo que creemos, que no deje de ser una prioridad cuidarlo.